¡Divino título para una poco divina entrada!
Primera cosa de la agenda: estuve releyendo dos que tres cosas que había escrito aquí. Me sorprende saber que con el paso del tiempo (entiéndase por esto
el paso del mes y medio pasado) sigo de acuerdo con mis propias ideas. Menciono esto porque al parecer sólo este pequeño y muy escasamente visitado blog es un buen diario (y buena terapia) para mí. Créanme, he intentado escribir en diarios desde que aprendí a usarlos, y he fallado incalculables veces. Siempre empiezo con un:
"Querido diario:
Sé que he arrancado alrededor de 187 páginas de las 195 que tú tienes, pero prometo no volver a hacerlo. También prometo escribirte todo el tiempo que pueda y no dejar de poner aquí todo lo que pienso y siento; todo lo que me ocurre y lo que le ocurre a otros cercanos a mí.
Con amor,
Erika"
Y claro, ¿lo he cumplido? ¡Niego rotundamente esa pregunta! En lo que a mí respecta, soy una de esas adictas a la tecnología que sólo con teclas plasman lo que ocurre. Claro, no pongo cosas como:
"Querio blog (y asiduos lectores del mismo):
Hace dos días exactamente, estaba yo en la escuela, pensando si debía atacar en ese momento o no. Decidí buscar a mi presa, quien parecía ausente. Pensé que no estaba y enfiléme a la clase vespertina.
Entonces apareció.
Apareció.
Apareció con su oscuro suéter, su relativamente gran estatura, sucia mochila (casi vacía); apareció acompañado de un compañero, y los dos juntos reían.
Sabía que era en ese momento o nunca. Lo sabía y concluí que había esperado demasiado para hacerlo, que mi cobardía no me iba a derrotar esa vez.
Ataqué.
Fue un ataque mal planeado, impulsado por la incipiente adrenalina y poca cordura que me quedaba; pero era
mi ataque, a final de cuentas.
Ataqué.
Ataqué y fui brutalmente atacada.
En ese momento concluí que yo nunca sería depredadora, y que quedaba reducida a las cenizas de una presa. Una vil y muy dañada presa.
¿Lo único que quedaba de esa presa? Una pequeña flama que le ordenaba atacar.
Ataqué nuevamente.
Al parecer, por cada ataque mío, recibía yo uno el doble de potente.
Así estuve por cinco minutos que parecían cien horas. Eso sólo me demostró algo: el tiempo es dolorosamente relativo. Con cien horas podría haber muerto, pero obtenido algo, por lo menos.
En fin. No gané y acepté mi derrota de la manera menos diplomática y menos agraciada del planeta: un vertiente río de lágrimas que salían a presión.
Con amor y un poco más de dignidad que ayer,
Erika"
¡Ja! ¿Quién lo diría? Fui capaz de narrar mis problemas de comunicación a la hora de la salida del viernes pasado. ¡Cómo si medio universo no supiera a qué me refiero! Por cierto, un paréntesis a esto: ¿sabían que ya medio mundo supo lo que ocurrió? Ni siquiera ha llegado el lunes y ya lo saben. La escuela es demasiado poco buena para guardar secretos. Me cae que el blog es mucho más discreto.