Hacía mucho tiempo que no sentía tantas ganas de decir todo lo que me viniera a la mente sin pensar quién pasa aquí; demasiado desde la última vez que pude de verdad descargarme de algo que no fueran una serie de problemillas de cualquier persona hormonalmente alborotada de quince años... Total, hoy parece ser el día más indicado para empezar a descargar todo lo que traigo dentro antes de acabar igual que el jueves (una irónica semana después. Jaja por eso).
Aunque ver unos quince minutos de tele ahorita me acaban de calmar un poco, eso no quiere decir que no tenga muchas cosas en mente. Oh sí, hoy sí habrá una entrada digna de hacerme enojar y llorar como pocas veces.
Empecemos con este interesante asunto que es el hecho de lo que hago bajita la mano tiene repercusiones kilométricas y ni quién me diga un
hey, gracias para hacerme sentir valorada. ¿A qué tanto me refiero con esto? Piénsenlo bien: muchas veces en clase (llámese Lite o llámese Matemáticas), llega un punto en que una persona dice algo en voz muy baja, alguien cerca literalmente dice lo que el primero, le dan crédito por su brillante idea y ni quién se tome la molesta de pensar un segundo que sin el pobre que dijo el comentario sin mayor chiste, semejante comentario sesudo no habría salido de la boca del otro. Claro que si lo aplicamos a mí, esto pasa una vez al día como mínimo. Supongo que la pena y el temor a equivocarme hacen que me bloquee y se me olvide que para estos menesteres de participación escolar, se debe casi llevar cinta aislante para los compañeros y un megáfono para una.
Simple y sencillamente no logro entender por qué los seres humanos tenemos miedo a que la gente sepa la verdad de las cosas. ¡Ah, porque de seguro ustedes ya saben que eso de decir la verdad suele ser una mala idea! No me había puesto a pensar que este valor es ampliamente inculcado (en teoría) tanto en nuestros hogares como en la escuela, y en el momento en que una quiere aplicarlo... ¡Bam! Mala idea es sincero con todos ser, aparentemente. ¿Será que en nuestra racional estupidez estamos armados para no procesar la verdad tal y como nos la dicen y la captamos como se nos pega la sentísima gana? ¡Bendita seas, humanidad, por inhibirme a grados insospechados y reducirme a este pequeño espacio para decir lo que pienso sin temor a la censura o a comentarios incómodos! No es que esté subestimando los saludables efectos que mi querido blog tiene, pero a veces sería bonito poder decir las cosas tal como son entre la gente y que no me manden al altar por ello. Si les soy sincera, esto de estarme casando con toda la población por las cosas que digo me empieza a cansar sobremanera.
¿Algo más? ¡Me fascinaría hablar de lo extrañas que son algunas personas en esto de las relaciones, pero La R. me lo prohibió terminantemente y no he de hacerlo! En fin, tal vez es sólo como el Decreto del 61 (por si no notaron mi trauma con el examen de Historia de hoy a último periodo) y en cuanto mande a algunas potencias a invadir, retiren esta pequeña veda.
Hoy, más que nunca, pienso que esto es mío, mío y sólo mío, y que aquél que quiera leer, lo hace bajo su propio riesgo. Yo seguiré aquí, pensando, comentando y, regresando a mi propósito original, escribiendo lo que yo quiera acerca de lo que yo quiera. Sospecho que ya fue bastante extensa mi época de los sentimientos (colaboración de un compañero que leía estas entradas hace muchísimo tiempo, y a quien le seguiré agradeciendo eternamente), ya es hora de regresar a esa parte fría y analítica que tanto amo y anhelo seguir alimentando con frutas, verduras y alguna que otra simpatiquísima curiosidad que encuentre.
Nada más para acabar con algo que no tiene nada que ver, quiero decir lo siguiente: aunque no voy para la Facultad de Filosofía y Letras, hoy me sorprendí con lo que dije en FCE. ¡A veces leer las cosas en los rincones más subestimados sirve para poder lucirse! Llamadme Señorita Irónica Contradicción con esto último si gustáis.